Libro II
El poeta florentino utiliza el Capítulo
I de este segundo libro para introducir el tema predominante de los
siguientes capítulos. En las siguientes páginas Dante indagará sobre si el
pueblo romano se atribuyó a sí mismo legítimamente el gobierno monárquico ya
que, de hacerlo, todos los príncipes que se atribuyen gobiernos monárquicos y
todos los pueblos sometidos a ellos se verán libres de ignorancia. Para
esclarecer esta verdad Dante se apoyará tanto en la razón humana como en la verdad
divina. El Capítulo II sirve a Alighieri para establecer una igualdad
metafórica entre el arte y la naturaleza, y para ello enuncia que al igual que
el arte existe en un triple grado, en la mente del artista, en el instrumento y
en la materia elaborada por el arte; también existe en la naturaleza, que está
en la mente de un primer motor que es Dios, en el cielo que es el instrumento y
en la materia. De esto Dante argumenta que del mismo modo que al encontrar en
una forma de arte creada por un artista haciendo uso de un instrumento perfecto
un defecto este es imputable a la materia, todo defecto en los seres inferiores
de la naturaleza no será imputable a Dios, mas todo lo bueno en los seres
inferiores sí proviene de Dios. Siguiendo el hilo de esta argumentación Dante
concluye que como el derecho es bueno viene de la mente de Dios, y como todo lo
que se halla en la mente de Dios es Dios y Dios se quiere a sí mismo resulta
que el derecho es la voluntad divina.
El Capítulo III sirve a Dante
para mostrar otra razón de la existencia del Imperio Romano conforme al
derecho, ya que como hace ver al pueblo más noble le corresponde preceder a los
demás, y como el pueblo romano era el más noble por el más simple de los
silogismos Dante concluye la legitimidad imperial de Roma. Para mostrar esto
históricamente Dante habla de la nobleza, que bien puede ser la propia o la de
los antepasados. La primera de ellas, la nobleza del pueblo romano, es probada
por testimonios de Virgilio en la Eneida donde sitúa a Eneas como
el padre de pueblo romano, hombre egregio como nos muestra Virgilio: “Teníamos
por rey a Eneas, el más justiciero, el más grande por su piedad y por su valor
en la guerra”. Respecto de la nobleza hereditaria Dante muestra como las
tres partes de la tierra, a saber Europa, África y Asia, enriquecieron al
pueblo romano su sangre, por lo que no duda nuestro poeta de la nobleza del
pueblo en el que concurre la sangre de Eneas y de todas las partes del mundo.
Dante continúa su argumentación en el
Capítulo IV al decir que todo lo querido por Dios es favorecido por este
para su perfección, y por ello es conforme al derecho. Para la definición de
milagro recurre a Santo Tomás, por lo que un milagro será “lo que sucede por
intervención divina, fuera del orden comúnmente establecido de las cosas”
(Summa contra gent., III, 101.). Una de las particularidades de estos
fenómenos es que son exclusiva jurisdicción de Dios, ningún vicario suyo está
facultado para realizarlos. A fin de mostrar la legitimidad del Imperio Romano
Dante recaba distintos milagros a lo largo de la historia del Imperio: el
escudo en el sacrificio bajo el reinado de Numa Pompilio, el ganso que alertó
de la presencia los galos, la tormenta de granizo que azotó a las tropas de
Aníbal…
El Capítulo
V es el más extenso de este segundo libro. El punto de partida es que todo
el que busca el bien de la república busca el derecho como fin, y siendo el fin
de la sociedad el bien común necesariamente este será el fin a su vez de todo
derecho, siendo imposible que esto sea de otra manera. De esto se deduce que
una ley solo será tal cuando se orienten al bien común de aquellos a quienes
está dirigida como hizo ver Séneca: “la
ley es el vínculo de la sociedad humana” en su libro De las cuatro virtudes. Para Dante las gestas del Imperio
Romano al someter el orbe de la tierra son prueba suficiente para demostrar que
perseguía el bien común. Tal era el convencimiento del florentino acerca de
esto último que ofrece distintas pruebas de la intención del pueblo romano en
las corporaciones y en las personas particulares. Para mostrar la intención de
las corporaciones cita a Cicerón en su Libro
II de De los deberes,
donde ensalza la labor del Senado y de los magistrados romanos; mientras que
como particulares Dante invoca a Cincinato, Fabricio, Camilo, Bruto o a Marco
Catón, entre otros. Dante, al considera demostrado con los ejemplos de este
capítulo que el pueblo romano al someter al mundo perseguía el fin del derecho,
deja patente la legitimidad para autoproclamarse Imperio de Roma.
El sexto capítulo sirve a
nuestro autor para argumentar de qué manera está el pueblo romano por
naturaleza destinado a imperar, ya que lo que la naturaleza ordena se cumple
conforme al derecho. Para explicar esto Dante aclara que son igualmente
importantes los medios y el fin, ergo al ser el fin del género humano un medio
para el fin universal de la naturaleza esta ha de tender a él. La naturaleza
siempre obra por un fin, para cuyo cumplimiento requiere de la influencia
divina y de la multitud del género humano agrupado hacia un fin, en su caso la
paz universal. Dante recuerda a Aristóteles y comparte su pensamiento al
manifestar que no solo algunos hombres sino también algunos pueblos han nacido
para mandar y otros para obedecer, y Dante encuentra ese pueblo destinado a
mandar en Roma. En el siguiente capítulo trata las distintas maneras en las que
se manifiesta el juicio divino, que puede ser por razón humana o por fe.
Algunos juicios los alcanza la razón humana por sus propios medios o con ayuda
de la fe, pero a los juicios ocultos solo se llega mediante una gracia
especial, que puede ser una simple revelación o una revelación alcanzada por
arbitraje. Estas últimas a su vez se subdividen en revelaciones por colisión de
fuerzas o duelo y revelaciones por competición.
Los capítulos VIII y IX se dedican a esos últimos tipos de revelaciones Dante cuenta que
el triunfo en la competición por el Imperio del mundo lo ganó el pueblo romano
por juicio divino, ya que también hubo otros que lo intentaron pero sin éxito:
Nino y Semíramis, Vesoges, Jerjes, Alejandro… Para hacer evidente que el juicio
divino favoreció a Roma el florentino cita el evangelio de San Lucas: “Salió un edicto de César Augusto para que
se empadronase todo el mundo” (Lc. 2,
1), de lo que se concluye que la jurisdicción universal del mundo le
corresponde a Roma. En lo referente al duelo Dante afirma que lo obtenido con
ese medio también es conforme al derecho, siempre y cuando sea como último
recurso para salvar la justicia. Los requisitos formales del duelo implican un
mutuo acuerdo en nombre de Dios en busca de la justicia, ergo Dios está
presente y no permitirá la derrota del bando de la justicia, y es por ello que
Eneas derrotó a Turno y el pueblo romano a griegos, albanos, cartagineses o
africanos.
Dante también habla de la
necesidad de dar argumentos de fe cristiana en los últimos dos capítulos del
segundo libro. Para ello el florentino hace evidente que de no ser el Imperio
Romano conforme al derecho se afirmaría que Cristo al nacer aceptó la
injusticia, afirmación que todo creyente admitirá falsa. Otro argumento es que
Cristo decidió nacer bajo edicto de la autoridad romana por voluntad propia, ya
que entre todos los pueblos de los distintos tiempos el romano era el más justo,
ergo es conforme al derecho. Además, si el Imperio Romano no fuese conforme al
derecho no hubiera estado capacitado jurisdiccionalmente sobre el género humano
para castigar a Cristo por el pecado de Adán. Como broche final al segundo
libro Dante insta a los cristianos a dejar de censurar al Imperio Romano, ya
que como acaba de mostrar Cristo lo aprobó tanto al principio como al final de
su vida.
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