San Anselmo (Aosta, 1033-Canterbury, 1109).
y los comienzos de la Escolástica.
Con la figura de San Anselmo, podemos considerar que comienza a
desarrollarse la actividad intelectual y reflexiva en sentido propio de la
filosofía, si bien autores precedentes como Escoto Erígena ya habían tratado
temas que prefiguraron lo que se iba a desarrollar en el XII. Uno de estos
temas es el recurrente problema de los universales, en el que se inscribe
también la cuestión de la verdad que intenta abordar el presente trabajo. Este
debate sobre los universales tiene su punto de inflexión en la traducción de
los Comentarios de Boecio.
Respecto a los universales, la postura imperante al comienzo de la Edad
Media era la de realismo extremo, enraizada con Porfirio, que sostenía que
éstos se encuentran fuera de la conciencia y se sitúan con anterioridad a los
individuos.
Otra de los conflictos intelectuales de la época fue la discusión acerca
del papel que desempeñaba la dialéctica. San Anselmo, con una actitud moderada
en cuanto al empleo de la dialéctica, se erige en este contexto como el
iniciador de un nuevo tipo de filosofía, más compleja y abarcando más campos
cognoscitivos, que se desarrollo en la Edad Media a partir del XII. En sus
obras teológicas se aclaran, de hecho, muchos aspectos de sus homólogas
filosóficas.
San Anselmo perpetúa la asunción de San Agustín de que la fe precede a la
comprensión y proporciona los datos de ésta. Hay una taxativa afirmación de que
el ser humano debe tratar de comprender aquello en lo que cree. El deseo de
comprender se inicia con los datos de fe (experiencia inicial), para llegar a
la efectiva comprensión mediante lo que el autor de Aosta llamará “razones
necesarias”.
Como se comentará posteriormente, una de las diferencias que separan a
San Anselmo de Santo Tomás será el mayor interés del primero en la lógica y la
consistencia en los argumentos del lenguaje. El lenguaje que encontramos en sus
obras, con el planteamiento de pruebas y argumentos, pone de manifiesto esta
preocupación, ya que se trata de un conjunto de proposiciones lógicamente
verdaderas e inferencias válidas. Asimismo, utiliza herramientas dialécticas,
tales como la reducción al absurdo.
Junto con San Agustín, sostiene que el conocimiento de la verdad
necesaria es resultado de una iluminación que alumbra a todos los hombres.
Parece que la necesidad de la verdad lógica depende de la voluntad divina. En
lo referente a la verdad, Anselmo sostiene que hay varios tipos: juicios
afirmativos y negativos, verdad de opinión o pensamiento, verdades de voluntad
o deseo y verdades de las cosas. Todas estas verdades se equiparan a un modelo,
a saber, a Dios, causa última de todas ellas.
Se está afirmando la necesidad de la existencia de una Verdad Suprema,
es decir, eterna.
Una comprensión adecuada de su teoría de las verdades lleva a una mejor
interpretación de la prueba de la
existencia de Dios, expuesta en el Porslogion.
A partir de Kant, esta prueba recibirá el nombre de prueba o argumento
ontológico (Ratio Anselmi). Con precedentes en Platón, en Boecio o, incluso en
Séneca, San Anselmo sostendrá que Dios es aquello mejor que lo cual nada puede
ser pensado, en términos agustinianos. No obstante, su aportación es única en
este campo y le ha valido hacerse un hueco importante en la Historia de la
Filosofía.
La fe nos hace comprender que hay “algo mayor que lo cual nada puede ser
pensado”. (Weinberg). Y en efecto, aquello mayor que lo cual nada puede ser
pensado existe tanto en la mente como en la realidad. Tiene que existir, ya que
sería una contradicción afirmar que aquello mayor que lo cual nada puede ser
pensado no existe. Vemos de nuevo, en este punto, la relevancia de la lógica y
las premisas verdaderas en su argumentación. Para Anselmo, el contenido del
pensamiento debe tener alguna correspondencia en el plano de la realidad.
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