jueves, 11 de mayo de 2017

La Verdad: Bosquejo comparativo según dos autores medievales. SAN ANSELMO-SANTO TOMÁS

5.            Concepto a comparar: tratamiento de la verdad desde el punto de           vista metafísico y epistemológico.

La verdad es, según Tomás, la adecuación entre la cosa y el intelecto. Ante esta difusa noción, escinde el concepto de verdad en “verdad de las cosas” y “verdad del intelecto”. La gnoseología tomista, muy similar a la aristotélica, está intrínsecamente ligada con el tratamiento de la verdad que se observa en el texto. El punto de partida está, de hecho, en el propio conocimiento humano. Es plausible, además, la primacía de la verdad del intelecto respecto de la verdad de las cosas. La verdad no es sino el perfeccionamiento de intelecto; el bien del intelecto.

En la "Suma Teológica", primera parte, capítulos 2 y 3, están formuladas las cinco pruebas tomistas de la demostración de la existencia de Dios, (conocidas como las "cinco vías").

Primera vía o vía del Movimiento: nos consta por los sentidos que hay seres de este mundo que se mueven; pero todo lo que se mueve es movido por otro, y como una serie infinita de causas es imposible hemos de admitir la existencia de un primer motor no movido por otro, inmóvil. Y ese primer motor inmóvil es Dios.
Segunda vía o vía de la Eficiencia: nos consta la existencia de causas eficientes que no pueden ser causa de sí mismas, ya que para ello tendrían que haber existido antes de existir, lo cual es imposible. Además, tampoco podemos admitir una serie infinita de causas eficiente, por lo que tiene que existir una primera causa eficiente incausada. Y esa causa incausada es Dios.

Tercera vía o vía de la Contingencia: hay seres que comienzan a existir y que perecen, es decir, que no son necesarios; si todos los seres fueran contingentes, no existiría ninguno, pero existen, por lo que deben tener su causa, pues, en un primer ser necesario, ya que una serie causal infinita de seres contingentes es imposible. Y este ser necesario es Dios.

Cuarta vía o vía de los Grados de perfección: observamos distintos grados de perfección en los seres de este mundo (bondad, belleza,...) Y ello implica la existencia de un modelo con respecto al cual establecemos la comparación, un ser óptimo, máximamente verdadero, un ser supremo. Y ese ser supremo es Dios.

 

“La cuarta vía considera los grados de perfección que hay en los seres. Vemos en los seres que unos son más o menos buenos, verdaderos y nobles que otros, y lo mismo sucede con las diversas cualidades. Pero el más y el menos se atribuye a las cosas Según su diversa proximidad a lo máximo, y por esto se dice lo más caliente de lo que más se aproxima al máximo calor. Por tanto, ha de existir algo que sea verísimo, nobilísimo y óptimo, y por ello ente o ser supremo; pues, como dice el Filósofo, lo que es verdad máxima es máxima entidad. Ahora bien, lo máximo en cualquier género es causa de todo lo que en aquel género existe, y así el fuego, que tiene el máximo calor, es causa del calor de todo lo caliente, según dice Aristóteles. Existe, por consiguiente, algo que es para todas las cosas causa de su ser, de su bondad y de todas sus perfecciones, y a esto llamamos Dios.”

 

Quinta vía o vía de la Finalidad: observamos que  los seres inorgánicos actúan con un fin; pero al carecer de conocimiento e inteligencia sólo pueden tender a un fin si son dirigidos por un ser inteligente. Luego debe haber un ser sumamente inteligente que ordena todas las cosas naturales dirigiéndolas a su fin. Y ese ser inteligente es Dios.

La existencia de Dios ha sido probada mediante argumentos causales con base en el mundo físico-empírico, al modo en que nos lo revelan nuestros sentidos.

 Mientras Anselmo pone el foco de atención en los mecanismos lógicos del lenguaje, Tomás de Aquino expresa otro enfoque, añadiendo ahora otros criterios a la verdad como la percepción, la inducción o la determinación de principios universales por medio de la experiencia. El primero se centra en la rectitud y la adecuación de la verdad según los mecanismos del discurso; al tiempo que el segundo pone énfasis en los dos tipos de analogía anteriormente citados.

Retomando pues, la teoría tomista de la analogía, es manifiesto que en el ejemplo del fragmento escogido se plantea una analogía de proporción, en el caso del término sano y sus referentes: animal, orina, medicina, salud. Al contrario que esto, Tomás va a sostener que los términos aplicados a Dios y a las criaturas han de ser explicados según la analogía de proporcionalidad, y no la de proporción.

 

Ningún ser subsistente es superior al alma racional, a no ser el propio Dios”

6.             Conclusión.

Hemos visto cómo, el Padre de la Escolástica, por un lado, y su mayor representante, por otro, abordan de manera diferente un mismo tema, a saber, la verdad. Si Anselmo se centra más en la lógica y en el lenguaje, Tomás de Aquino, sin negar ni refutar su posición, añade otros criterios para esclarecer y desarrollar más la cuestión. Donde San Anselmo sobresale por innovaciones históricas como el argumento ontológico, Santo Tomás destaca por su visión ecléctica e integradora de otras corrientes y líneas de pensamiento, fundamentalmente la enraizada con Aristóteles. Demuestra la existencia de Dios de forma elaborada y atendiendo a bases físico-empíricas, al tiempo que San Anselmo cuida mucho de no caer en contradicciones internas en sus planteamientos.

 A lo largo del trabajo, se han hecho referencias a otros autores como Boecio, Séneca o San Agustín, En su caso, San Agustín sostiene, en líneas generales, que existen verdades de sabiduría y verdades matemáticas, ya contenidas en las Escrituras según la debida proporción de Dios. De ahí se deduce que hay una verdad inmutable, superior a los sentidos humanos,  también a la razón. Finalmente, cabría mencionar lo interesante que es el hecho de que el filósofo de Hipona sostenga que el ser humano consigue su libertad a través del sometimiento a la Verdad.

Cerramos esta exposición con una cita de San Agustín, en su obra Del libero arbitrio,Lib.II.Cap.8.:

“Nuestras mentes, unas veces ven más allá y otras veces ven menos de la misma verdad, pero ella, inmutable en sí misma, ni crece, ni disminuye.”

SANTO TOMÁS. Eje temático: Sobre la verdad.

               Santo Tomás de Aquino.  (RoccaseccaItalia1224/1225-Abadía de Fossanova7 de marzo de 1274).

Indiscutiblemente el teólogo  y filósofo más importante del XIII. Su postura fue clara: la filosofía es el instrumento para probar (mediante el uso de razón) algunas de las verdades de fe, a priori indemostrables. Firme partidario de la razón y de la experiencia, lleva a cabo una labor de eclecticismo, al tiempo que una obra integradora y constructiva, de la que no son ajenas las influencias paganas, judías e incluso musulmanes. Aceptó, en la medida de lo posible, la doctrina aristotélica acerca del mundo y de la acción humana. La labor del hombre, en concreto del filósofo, no es otra que el continuo perfeccionamiento de la capacidad racional.

“El intelecto humano obtiene todo su conocimiento de la percepción sensible, por lo  que no posee un conocimiento directo de las cosas a las que los sentidos no tienen acceso” (Weinberg).

El principio aristotélico de que "todo conocimiento empieza por los sentidos", es utilizado por Santo Tomás para limitar la capacidad y las pretensiones de la razón. La razón humana puede, es cierto, elevarse hasta Dios; pero sólo partiendo de las cosas sensibles. "Mediante la razón natural, el hombre no puede llegar a conocer a Dios si no es a través de las criaturas. Las criaturas conducen al conocimiento de Dios, como el efecto lleva a la causa. Por consiguiente, gracias a la razón natural, sólo podemos llegar a conocer de Dios lo que le corresponde necesariamente por ser el principio de todas las cosas que existen" (Sum. theol., I, q. 32, a. 1).



Punto relevante para la exposición del tema de la verdad es la doctrina tomista de la analogía, de nuevo con mucha carga del filósofo de Estagira. Existen distintos tipos de semejanza o parecido: igualdad exacta, semejanza imperfecta según grados, semejanza genérica según especies y, en último término, analogía. Una vez demostrada la existencia de Dios, cabe destacar que los términos que se aplican a éste solo pueden ser analógicos, en tanto que Dios no pertenece a ninguno de los géneros de las cosas creadas. En De Veritate (1256-1259), Santo Tomás distingue “analogía de proporción” y “analogía de proporcionalidad”. Mientras la analogía de proporción consiste en “aplicar un término a varias cosas que están relacionadas con otra o en aplicar un término a dos o más cosas entre las que existe una dependencia causal”, la analogía de proporcionalidad es aquella en la que “un término se aplica a dos cosas”.

ANSELMO DE CANTERBURY. EJE TEMÁTICO: SOBRE LA VERDAD.

San Anselmo (Aosta1033-Canterbury1109). y los comienzos de la Escolástica.

Con la figura de San Anselmo, podemos considerar que comienza a desarrollarse la actividad intelectual y reflexiva en sentido propio de la filosofía, si bien autores precedentes como Escoto Erígena ya habían tratado temas que prefiguraron lo que se iba a desarrollar en el XII. Uno de estos temas es el recurrente problema de los universales, en el que se inscribe también la cuestión de la verdad que intenta abordar el presente trabajo. Este debate sobre los universales tiene su punto de inflexión en la traducción de los Comentarios de Boecio.

Respecto a los universales, la postura imperante al comienzo de la Edad Media era la de realismo extremo, enraizada con Porfirio, que sostenía que éstos se encuentran fuera de la conciencia y se sitúan con anterioridad a los individuos.

Otra de los conflictos intelectuales de la época fue la discusión acerca del papel que desempeñaba la dialéctica. San Anselmo, con una actitud moderada en cuanto al empleo de la dialéctica, se erige en este contexto como el iniciador de un nuevo tipo de filosofía, más compleja y abarcando más campos cognoscitivos, que se desarrollo en la Edad Media a partir del XII. En sus obras teológicas se aclaran, de hecho, muchos aspectos de sus homólogas filosóficas.

San Anselmo perpetúa la asunción de San Agustín de que la fe precede a la comprensión y proporciona los datos de ésta. Hay una taxativa afirmación de que el ser humano debe tratar de comprender aquello en lo que cree. El deseo de comprender se inicia con los datos de fe (experiencia inicial), para llegar a la efectiva comprensión mediante lo que el autor de Aosta llamará “razones necesarias”.

Como se comentará posteriormente, una de las diferencias que separan a San Anselmo de Santo Tomás será el mayor interés del primero en la lógica y la consistencia en los argumentos del lenguaje. El lenguaje que encontramos en sus obras, con el planteamiento de pruebas y argumentos, pone de manifiesto esta preocupación, ya que se trata de un conjunto de proposiciones lógicamente verdaderas e inferencias válidas. Asimismo, utiliza herramientas dialécticas, tales como la reducción al absurdo.

Junto con San Agustín, sostiene que el conocimiento de la verdad necesaria es resultado de una iluminación que alumbra a todos los hombres. Parece que la necesidad de la verdad lógica depende de la voluntad divina. En lo referente a la verdad, Anselmo sostiene que hay varios tipos: juicios afirmativos y negativos, verdad de opinión o pensamiento, verdades de voluntad o deseo y verdades de las cosas. Todas estas verdades se equiparan a un modelo, a saber, a Dios, causa última de todas ellas.  Se está afirmando la necesidad de la existencia de una Verdad Suprema, es decir, eterna.
Una comprensión adecuada de su teoría de las verdades lleva a una mejor interpretación de la prueba  de la existencia de Dios, expuesta en el Porslogion. A partir de Kant, esta prueba recibirá el nombre de prueba o argumento ontológico (Ratio Anselmi). Con precedentes en Platón, en Boecio o, incluso en Séneca, San Anselmo sostendrá que Dios es aquello mejor que lo cual nada puede ser pensado, en términos agustinianos. No obstante, su aportación es única en este campo y le ha valido hacerse un hueco importante en la Historia de la Filosofía.


La fe nos hace comprender que hay “algo mayor que lo cual nada puede ser pensado”. (Weinberg). Y en efecto, aquello mayor que lo cual nada puede ser pensado existe tanto en la mente como en la realidad. Tiene que existir, ya que sería una contradicción afirmar que aquello mayor que lo cual nada puede ser pensado no existe. Vemos de nuevo, en este punto, la relevancia de la lógica y las premisas verdaderas en su argumentación. Para Anselmo, el contenido del pensamiento debe tener alguna correspondencia en el plano de la realidad. 

miércoles, 10 de mayo de 2017

Recensión - Sobre el poder del Imperio y del Papa (El defensor menor, La transferencia del Imperio)

1.   Información bibliográfica
·     ABBAGNANO, Nicolás: Historia de la Filosofía volumen 1: Filosofía antigua, Filosofía patrística, Filosofía escolástica (trad. Juan Estelrich, J. Pérez Bastellar), Hora S.A., Barcelona (1994)
·     ALIGHIERI, Dante (1313): Monarquía (trad. Laureano Robles Carcedo, Luis Frayle Delgado), Tecnos, Madrid (1992)
·     LOMBARDO, Pedro: Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo (trad. Juan Cruz Cruz, Mª Idoya Zorroza), Eunsa (2013)
·     MARSILIO DE PADUA: Sobre el poder del Imperio y del Papa (El defensor menor y La transferencia del Imperio, (trad. Bernardo Bayona, Pedro Roche), Biblioteca Nueva, Madrid (2004)
·     Sagrada Biblia (trad. Eloíno Nacar Fuster, Alberto Colunga, Gaetano Cicognani), La Editorial Católica, Madrid

2.   Autor
Marsilio de Padua fue un filósofo, político, médico y teólogo italiano de la Baja Edad Media. Poca es la información que se tiene sobre su vida: se sabe que nace entre 1275 y 1280, posiblemente en Padua. Durante su vida el Emperador era Luis IV de Baviera y el Papa Juan XXII, y vivió el choque entre religión y política por el dominio sobre el poder temporal al que ambos órdenes aspiraban.

Marsilio aparece en un documento de 1312 enseñando en la universidad de París, donde se cree que llegó a ser rector. También se conserva un escrito jocoso de un amigo suyo en el que le achaca su inconstancia y lo exhorta a volver definitivamente al estudio por la falta de dedicación de Marsilio a un campo exclusivo. La vida de Marsilio fue polémica a causa de su mundanización de la Iglesia, lo que le granjeó ser visto como uno de los precursores de la Reforma. En 1326 Marsilio huyó de París para refugiarse en la corte de Luis IV, que lo defendió frente al Papa. De hecho, Marsilio acompañó al Emperador a su coronación a Italia en 1328 y fue finalmente declarado hereje por parte de la Iglesia. Aunque la fecha es incierta, se cree que Marsilio fallece en el año 1342.

El pensamiento de Marsilio se inscribe dentro de la corriente del conciliarismo. El Concilio al que tan asiduamente se refiere es la reunión de los representantes de la Iglesia para tomar decisiones en un sistema de gobierno horizontal, un ataque frontal al poder omnímodo eclesiástico papal. En este contexto Marsilio intenta prestar un servicio al Emperador usando argumentos que apelan a la razón a la vez que debilita al Papa. Aunque la obra más relevante de su pensamiento es el Defensor pacis o El defensor de la paz, esta recensión se dedica a otros dos opúsculos: Defensor minor o El defensor menor y Tractatus de translatione imperii o La transferencia del Imperio.

3.   Ideas principales
A fin de tratar los distintos opúsculos separadamente dadas sus distintas características se establecerán dos apartados en esta sección. La extensión de cada apartado se corresponde con la longitud y precisión conceptual impresa por parte de Marsilio de Padua en cada uno.

El defensor menor
El objeto de este primer opúsculo es responder en cierta medida al Maestro de las Sentencias o Petrus Lombardus, autor de los Cuatro Libros de Sentencias, una compilación de carácter religioso de distintos textos bíblicos, textos de Padres de la Iglesia y textos de pensadores medievales. Uno de los temas principales alrededor del cual desarrollará Marsilio este tratado es el poder de excomulgar a los pecadores atribuido los sacerdotes. Por lo tanto, no es sorpresa que los primeros conceptos clave que introduce Marsilio están dotados de un cierto cariz jurídico. El autor paduano distingue entre la ley divina y ley humana. La primera es un precepto inmediato de Dios sin deliberación humana, que ha de cumplirse en aras a un fin en la otra vida y cuyo incumplimiento también se castiga en la otra vida (DM. 1, 2); la segunda, por otro lado, es un precepto del conjunto de los ciudadanos o de su parte prevalente, para alcanzar un fin en esta vida so pena de castigo en esta vida (DM. 1, 4). La tesis de Marsilio es que ningún hombre puede, ha podido o podrá dictar o modificar la ley divina, ni siquiera el Papa de Roma. Se contrapone a la ley humana, que está supeditada a la única autoridad del príncipe Romano en tanto que legislador humano, y a nadie más. Según Marsilio, la jurisdicción coactiva de algún miembro de la Iglesia sobre laicos o fieles, si alguna vez la han tenido, se debe a una concesión del legislador humano.

En los siguientes capítulos Marsilio delimita el poder de los sacerdotes y del Sumo Pontífice. Hace ver como cualquier modificación de la ley humana o de la ley divina por parte de un ministro de la Iglesia generaría inconvenientes: que dicha ley proceda de un legislador incompetente (DM. 2, 4), la inestabilidad política causada por la existencia de distintos legisladores (DM. 2, 5) o que los sacerdotes pudieran coactivamente actuar sobre este mundo (DM. 2, 5). Marsilio se reafirma al enunciar que la actividad del gobernante negligente solo es punible por parte del legislador humano. El patavino se refiere también acerca de si los sacerdotes gozan de la capacidad de obligar a los fieles que se desvían de la fe de Cristo a volver a ella. Para contestar recuerda la advertencia de Cristo “Nosotros no pretendemos dominar sobre vuestra fe” (Mateo. 10, 23), que evidencia la no autoridad de los sacerdotes. Tampoco pueden castigar a los herejes arrebatándoles sus bienes, ya que deben ejercer el ministerio sacerdotal de la manera más similar a Cristo: con humildad, reclamando no más que ropa y vestido. Queda descartada, por extensión, la pretensión eclesiástica sobre el diezmo, potestad exclusiva del legislador humano. En relación con el poder de las llaves atribuido a los sacerdotes, consistente en absolver o no a los hombres de sus pecados, Marsilio muestra las numerosas conclusiones que se extraen.

Partiendo del poder de las llaves los sacerdotes concluyen que: los hombres deben confesarles sus pecados mortales para acceder a la salvación eterna; pueden imponer penas materiales cuyo incumplimiento estaría penado con la no absolución de los pecados; habrá indulgencias para los fieles que presenten ofrendas, peregrinen o luchen en las cruzadas; están capacitados para absolver a los fieles de sus cotos prometidos; son los únicos con capacidad para excomulgar; y, por último, que el Papa predomina sobre los demás obispos. Marsilio se basa en las Sagradas Escrituras para refutar estas cuestiones. Por ejemplo, el confesar un pecado frente a un sacerdote no aparece como precepto sino como consejo, siendo suficiente el arrepentimiento y la promesa ante Dios de no caer de nuevo en el pecado. La función del sacerdocio es para Marsilio más disuasoria, ya que deben infundir el miedo a que, si se cae en el pecado, se sufra en la vida futura (DM. 5, 12). Algunos plantean que si la única labor del sacerdocio es el poder de las llaves, cualquiera formado en las Sagradas Escrituras podrá cumplir con dicha función. Marsilio rechaza esto frontalmente, ya que solo los sacerdotes reciben esta función de Cristo. La única situación en la que Marsilio acepta como precepto la obligación del fiel de confesarse frente al sacerdote es cuando este queda fijado por parte del Concilio General (DM. 5, 20-21), siendo notable aquí el conciliarismo antes advertido.

Sobre el poder de los ministros de la Iglesia de imponer penas materiales Marsilio declara que solo se daría ese poder en virtud de una revelación divina que alguien podría no reconocer, ergo funciona como consejo y no como precepto (DM. 6). Marsilio también niega el poder de los sacerdotes a la hora de dar indulgencias a los fieles por sus donaciones, sus peregrinaciones o sus cruzadas. Por ejemplo, entiende que las cruzadas para obligar a los fieles a convertirse en la fe de Cristo no son meritorias, mientras que sí lo son si se realizan para reclamar los tributos debidos al príncipe Romano. Para contestar sobre lo referente al poder del Papa y los sacerdotes en la absolución de los votos primero Marsilio los define como la promesa voluntaria, hecha mentalmente o de viva voz, de hacer algo o de abstenerse de algo con conocimiento de causa en aras a lograr algún fin en esta vida o en la otra. Tras algunas investigaciones Marsilio concluye que nadie está sujeto ni obligado a hacer un voto bajo pena en esta vida pero que todo hombre está obligado bajo algún tipo de pena al cumplimiento del voto prometido (DM. 8, 4). También llega a la conclusión que ni el obispo de Roma ni ningún otro pueden desligar un voto hecho a Dios, ya que solo la persona con lo que uno hace el voto puede desligar a la persona comprometida o, en su defecto, un juez superior entre ambos; y como no hay juez superior a Dios solo este tiene la facultad de cancelar un voto. El caso en el que se permite revocar un voto es cuando se hace para hacer algo mejor y agradar más a Dios, o para evitar algo peor en lo que se vaya a caer a menudo y en consecuencia se ofenda más a Dios (DM. 9, 2). Marsilio afirma que tampoco puede forzarse a un tercero a someterse al voto de otro, ya que entraría en contradicción con la característica de promesa voluntaria. Marsilio habla de la presunta autoridad del Papa para excomulgar y entregar a Satanás a los pecadores no arrepentidos de sus pecados. Sobre ello dice que tiene, tras haber amonestado tres veces, la capacidad de privar al pecador de una doble comunión, la civil y la eclesiástica.

Empero, Marsilio demuestra basándose en la palabra de Cristo que este quiso que los apóstoles y sus sucesores divulgaran cosas divinas a los rebeldes, no que se las prohibieran. Además considera que la excomunión civil no corresponde a ningún ministro de la Iglesia, ya que en ese caso todos los gobernantes humanos serían superfluos. Con todo, concluye que el ministro de la Iglesia que prohíbe la religión o cualquier administración espiritual o divina cae en pecado mortal. Tampoco permite a estos separar a los herejes y a los infieles de los fieles, siendo esta también jurisdicción del legislador humano.

El conciliarismo del patavino vuelve a relucir al tratar la primacía del Sumo Pontífice en el orden eclesiástico. Marsilio considera que ningún obispo tiene la capacidad para suceder cuanto Dios y hombre a Cristo, ergo ninguno podrá gozar de su primacía. Es por ello que la institución de la Iglesia cuyas sentencias si pueden ser tomadas como consejos para la salvación eterna es el Concilio General, siendo una de sus características más destacadas la revocabilidad de sus pronunciamientos. Esto se relaciona con el legislador humano, definido por Marsillio como el conjunto de los hombres que deben someterse a los preceptos coactivos de la ley o su parte prevalente en cada región o provincia (DM. 12, 1). El paduano afirma que al pueblo Romano se le confirió la autoridad, que a su vez se la encomendó al príncipe con autoridad de legislar. Estos poderes son revocables si el legislador humano o su parte prevalente así lo consideraran. Marsilio habla también del Imperio Romano como la voluntad divina, ya que si no fuera esta la manera más justa en que se pudiera haber organizado el poder temporal Cristo no la hubiese favorecido.

También dedica unas palabras sobre la composición del Concilio General de los fieles cristianos. Según el autor, el Concilio solo será general cuando se convoque a la totalidad de la Iglesia Griega de los fieles y a la Iglesia Latina, de la misma manera que hizo Constantino para así superar el cisma eclesiástico. Además, cuando este Concilio se componga debidamente sus sentencias sobre cuestiones de las Sagradas Escrituras no serán en ningún caso cuestionables, ya que el contacto entre los espíritus estimula que lleguen a consideraciones de verdades inalcanzables por sí solos. Acerca de la autoridad sobre el matrimonio Marsilio considera que los asuntos atinentes a actos humanos deben ser juzgados según los estatutos de la ley humana siempre y cuando estos no se opongan a la ley divina. Es por ello que, en caso de que una de las partes transgrediera un estatuto humano no contradictorio con los de la ley divina, la parte ofensora puede ser castigado materialmente. Marsilio tampoco considera problemático ningún grado de consanguinidad entre cónyuges según la ley cristiana, y solo surgirían problemas a razón de la ley humana, ley que el Papa y los sacerdotes deben acatar.

La transferencia del Imperio
Marsilio dedica este segundo opúsculo, bastante más breve que el anterior, a reseñar críticamente el tratado De la transferencia de la sede Imperial de Landolfo Colonna, ya que entiende Marsilio que este lesiona los derechos del Imperio sin prueba suficiente.

Marsilio sostiene que el Imperio Romano comenzó con Octavio Augusto y no con Julio César, al que tacha de usurpador de la república. El Imperio se mantuvo en Roma durante trescientos cincuenta y cinco años, hasta que Constantino trasladó la sede del Imperio a Bizancio y encomendó el gobierno de Roma al Pontífice Silvestre. Tras esta etapa Marsilio trata cómo, durante el reinado de Heraclio, los pueblos Orientales se emanciparon del Imperio. Alude a la cuestión religiosa, ya que al adoptar estos pueblos una distinta a la cristiana el sometimiento debía terminarse. Los principales pueblos que se emanciparon fueron los sarracenos, los caldeos, los amonitas y los moabitas; que fueron ayudados por las artes de Mahoma, a quien Marsilio tacha de embaucador y de instigador de la guerra al condenar a muerte a aquellos que no se inscribían en su doctrina.

Marsilio se refiere ahora a la época del emperador León III, que presuntamente perseguía la iconoclasia. El Papa Gregorio III excomulgó a León III y se las arregló para transferir el Imperio a los Francos en vida de Pipino, en ese momento mayordomo de palacio y posteriormente elevado por el Papa Zacarías a rey de los Francos. En el año 1580 de la fundación de Roma fue elevado a Sumo Pontífice Esteban II, que se vio en la necesidad de acudir a Pipino en busca de ayuda por el acoso de Astulfo, rey de los lombardos; y Pipino cumplió y derrotó a los lombardos. El hijo de Pipino, Carlomagno, se vio en la misma obligación que su padre por los actos de Desiderio contra Roma. Tras vencerlo se le confirió a Carlomagno el poder elegir al Pontífice Romano, derecho que no ejerció. Marsilio también narra cómo el Papa León VIII concedió a Odón I, rey de Alemania, los mismos derechos que a Carlomagno al instituirlo como Emperador por sus servicios prestados en la defensa de Italia. Por último, recuerda como tras la muerte sin herederos de León III se instituyeron los electores alemanes del Imperio.

4.   Conclusión
El marcado carácter tejas abajo del pensamiento de Marsilio de Padua hace muy amena su lectura en el siglo XXI. En la época de Marsilio algunas de sus ideas como la reducción de la autoridad eclesiástica sobre el poder temporal fueron razón suficiente para expulsarlo de la Iglesia por hereje. Su distinción entre ley humana y ley divina fueron clave durante el conflicto de las investiduras y la posterior secularización del Estado. Con todo, Marsilio es un claro precursor del concepto moderno de Estado como completamente secularizado. Sus ideas también adquirieron importancia desde el XVI en el contexto de la Reforma, siendo muy posible que distintos autores como Maquiavelo, Hobbes o Locke hayan leído la obra marsiliana por las argumentables influencias. Por último, Marsilio contribuyó al desarrollo de la teoría de la soberanía del Estado, que contribuyó al debilitamiento de la soberanía eclesiástica.



Recensión - La Consolación de la Filosofía (Libro I)

1.   Información bibliográfica
·     ABBAGNANO, Nicolás: Historia de la Filosofía volumen 1: La filosofía del Renacimiento, La filosofía moderna de los siglos XVII y XVIII (trad. Juan Estelrich, J. Pérez Bastellar), Hora S.A., Barcelona (1994)
·     BOECIO, Severino (524): La Consolación de la Filosofía (trad. Pedro Rodríguez Santidrián), Alianza Editorial, Madrid (1999)
·     MOTTO, ANDRÉS R. M. (2003): Severino Boecio y el sentido de la vida, Revista de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina, n. 83, (2004), pp 71-94
·     PLATÓN: Apología de Sócrates (trad. Mª Isabel Santa Cruz, Álvaro Vallejo Campos, Néstor Luis Cordero), Gredos, Madrid (1988)
·     PLATÓN: Fedón (trad. Mª Isabel Santa Cruz, Álvaro Vallejo Campos, Néstor Luis Cordero), Gredos, Madrid (1988)

2.   Autor
Anicio Manlio Torcuato Severino Boecio nació en Roma entre el año 475 y el 480. Estudió en Atenas y Alejandría, donde entró en contacto con el platonismo y el aristotelismo, y como reconocimiento a su cultura Boecio fue nombrado cónsul por el emperador Teodorico en el 510. Aunque Teodorico era arriano Boecio se mantuvo fiel al cristianismo, a la vez que Justino, emperador del Imperio Romano de Oriente y con ambición de reunificar Roma, defendía la ortodoxia católica. En el 523 Boecio fue nombrado magister officiorum en la corte de Teodorico, un equivalente a un Primer Ministro.

Durante el otoño del año 523 Boecio interceptó unas cartas sospechosas de golpismo contra Teodorico que implicaban a un tal patricio Albino, pero Boecio decidió ignorarlas por la amistad que lo unía con el Albino y por no creer en la posibilidad de la restauración del Imperio. Sin embargo Cipriano, un opositor político de Boecio, denunció a Albino, a lo que Boecio reaccionó defendiendo a su amigo en juicio. Boecio ganó pero se volvió en su contra, ya que acabó siendo él el acusado de distintas infracciones: impedir que se presenten los documentos incriminatorios contra el Senado, haber escrito cartas al Imperio de Oriente contra la tiranía goda y de ejercer la magia. Realmente solo la primera acusación era cierta, pero ello no impidió que Boecio fuera finalmente condenado a la pena capital.
Uno de los últimos deseos de Boecio fue el de redactar un testamento, pero el deseo le fue denegado, por lo que podemos considerar la Consolación de la filosofía no solo como su última obra sino como su legado y testamento.

3.   Ideas principales
De consolatione philosophiae o La Consolación de la Filosofía fue escrita en Ticinum tras la condena de Boecio en el año 524. Cabe destacar la brillantez de Boecio a la hora de escribir este diálogo ya que tuvo que hacerlo sin su biblioteca, es decir, sin más referencias que aquellas grabadas en su memoria. Esta recensión en cuestión está dedicada al Libro I del último tratado de Severino Boecio.

Boecio se muestra como un hombre atormentado y decepcionado por el desenlace en el que halla su vida debido a la fortuna. Sin embargo, fue precisamente en aquel momento de mayor resignación cuando se acercó a él la Filosofía, a la que describe como una mujer de penetrantes ojos, vigorosa presencia e incontables años, que cargaba libros y un cetro en sus manos. La Filosofía montó en cólera al ver a Boecio rodeado de las Musas de la poesía y las expulsó de la estancia, alegando que cualidades adormecen la inteligencia. Será a partir de este punto del texto cuando se combinen tramos poéticos y dialogados. En este momento Boecio evidencia su frustración: “Pero ved cómo ahora quien solía descubrir, los secretos recónditos de la naturaleza, yace tendido, prisionero de la noche” (Libro I, II).

La Filosofía reconoció rápidamente el mal que afectaba a Boecio: se había olvidado de sí mismo, aunque podría curarse al reconocerla a ella. Tras esta revelación Boecio despertó de su letargo y la reconoció, para acto seguido preguntarle por la razón de su aparición, temiendo que pudiera ser ella también acusada de injustos hechos. La Filosofía, curtida en estos ataques a hombres del saber, relató como no había abandonado con anterioridad a Anaxágoras, Zenón o Sócrates, que igual que Boecio habían sido educados en las costumbres filosóficas. A continuación Boecio realiza una apología en defensa de sus ideales de justicia en la que vuelve a evidenciar su frustración, ya que únicamente había actuado en pos del bien común y por ello no comprendía la razón por la que sus conciudadanos decidieron condenarlo injustamente a muerte.
  
En cierto punto Boecio recrimina a la Filosofía el haber sido ella la que instó a sus seguidores a ocupar cargos en las administraciones públicas para lograr el bien común. Boecio narra que se guía por la norma socrática, razón por la que no puede ocultar la verdad y defender la mentira. La razón para escribir este tratado aparece ahora: “Sea lo que fuere, dejo a tu juicio y al de los sabios el juzgar estos hechos, que pongo por escrito para que la posteridad conozca su realidad y jamás se borren de la memoria” (Libro I, IV). Una de las cosas que asombran negativamente a Boecio es la existencia de hombres que maquinan actos criminales contra la virtud.

Boecio considera clara su inocencia, lo que magnifica su queja porque nunca ningún otro crimen que hubiese sido confesado por el reo en cuestión había recibido una sentencia tan unánimemente severa como recibió Boecio. La Filosofía, para encontrar solución al estado de Boecio, le pide permiso para realizarle unas preguntas a fin de obtener un diagnóstico. La conclusión que ella saca es que Boecio acepta que el mundo está dirigido por un principio racional contenido en Dios, pero a la vez piensa que únicamente la actividad del hombre escapa a la razón y está sometida al capricho de la fortuna.

           El diagnóstico final de la Filosofía es que Boecio no ha llegado a saber qué es cegado por la pérdida de memoria y los lamentos por su mala fortuna, y es por ello que no consigue comprender la finalidad de las cosas. La Filosofía muestra que la concepción del mundo de Boecio como sometido a Dios y no a las fuerzas del azar es lo que permitirá su salvación, pero debe recordar que hay medios que intervienen en el gobierno del mundo para dejar de considerar que la fortuna es aleatoria.

4.   Conclusión
Como cierre a la recensión me gustaría compartir una reflexión sobre la similitud de la situación de Boecio y Sócrates. El ateniense, como Boecio, ejerció cargos políticos, llegando incluso a ser presidente de asamblea. Destacaba en él una desobediencia civil contra la sociedad injusta, razón por la que rehuía toda posibilidad de llegar a causar injusticia a sus semejantes, al igual que Boecio que se guiaba por lo justo y lo bueno al defender al Senado. En definitiva Sócrates, el primer gran maestro de Filosofía, fue condenado a muerte por la práctica y defensa hasta las últimas consecuencias de la Filosofía de igual manera que Boecio fue condenado por intereses políticos, ya que sus intento de compaginar Filosofía y religión fueron mal vistos.

Es por esa razón que Boecio y Sócrates han perdurado como mártires de la Filosofía, a la que ni en el lecho de muerte abandonaron. Este último hecho no debe más que arengarnos en nuestros días cuando la Filosofía es atacada desde el gobierno a que defendamos lo que nos es propio. Como hemos visto, muchos han muerto a causa de la Filosofía, esa mística mujer que visitó a Boecio y lo acompañó hasta el momento final, por lo que es ahora nuestra tarea cuidarla y educar en ella a la sociedad.