“La felicidad es el motor, según hemos dicho, de todo deseo. Ella es, por
consiguiente, lo único apetecible cuando deseamos una cosa. Es evidente, pues,
que el bien y la felicidad son una y misma cosa.”.-nos dice Boecio.
“Hay un solo error innato: creer que estamos aquí para ser felices.”- añadimos con Schopenhauer, varios
siglos más tarde.
Anaxágoras,
Sócrates, Zenón y también Boecio son solo los nombres visibles del yugo que ha
acompañado siempre el ejercicio de la actividad filosófica. Algunos fueron
perseguidos, otros desterrados, los menos afortunados, ejecutados. Mientras
tanto, hombres y mujeres observaban impertérritos el sacrificio de estos
primeros individuos que trataron de comprender el mundo natural, el origen de
la acción moral y el sentido de una existencia humana que se tornaba absurda
por momentos. Sócrates nos dice entre líneas en la Apología que ha comprendido que la vida es enfermedad, recurriendo
a Asclepio, Dios de la Medicina. Boecio, por su parte, abraza el consuelo de la
mujer que conversa con él en su celda, momentos antes de la ejecución ordenada
por Teodorico. Así, la Filosofía aparece como el símbolo y la representación de
una mujer que habría de dar respuestas a un Boecio que yace atormentado y
confuso, esperando una muerte segura, fruto de una situación injusta . ¿Por qué
Boecio acude a la Filosofía en sus últimos momentos de vida? ¿Por qué no
aparece el nombre de Cristo a lo largo de toda la De Consolatione
Philosphiae? ¿Ante la certeza de la muerte inminente, por qué preguntarse
de nuevo el sentido de la vida?
El beso de Judas.
Giotto di Bondone (1304-1306)
Boecio, en voz
de la Filosofía, procede a establecer una distinción que en ocasiones tiende a
ser malinterpretada, a saber, la felicidad fortuita (felicitas) y la felicidad verdadera enraizada con la virtud y el
“summum bonum”(beatitudo). En este
punto, es clave el papel que juega el concepto de Fortuna, no solo en los
libros II y III, sino en el conjunto de la Consolación.
En el análisis de la virtud, la fortuna y la felicidad que presenta Severino
Boecio en el que cualquier alusión patente a la fe Cristiana está ausente, hay
que ser muy conscientes de que no hay, en principio, ningún indicio de
coincidencia entre el Bien Supremo de la verdadera felicidad y el Dios del
Evangelio, razón por la que en numerosas ocasiones ha sido excluido de estudios
puramente teológicos de su obra. No obstante, no está claro que el autor rehúse
completamente de la religión, pese a que si se aprecia una preeminencia o
preponderancia de la importancia de la reflexión filosófica en la ardua tarea
de buscar respuestas en este contexto.
El carácter
existencial de su obra no es ajeno a su propia experiencia dolorosa y fortuita.
Rechazando de pleno las enseñanzas que puedan ofrecer las corrientes estoicas y
epicúreas, Boecio va a tratar de esclarecer el sinsentido de asuntos
concernientes al plano inmanente como la fama o el sufrimiento de los justos,
sin apelar directamente al plano trascendente. Caído en manos de Teodorico,
Boecio va a reformular una cuestión que a día de hoy, aún carece de una
respuesta unificada, pues “juzgar que la vida vale o no la pena de ser vivida
equivale a responder a la cuestión fundamental de la filosofía”¹.
La Fortuna, concepto analizado a lo largo de toda la De Consolatione, se tornará letal para nuestro autor medieval al
final de su vida. Ha conocido el éxito y la felicidad fortuita, pero el
carácter cambiante e imprevisible de la misma le ha colocado en una situación
completamente contraria. La rueda de la Fortuna sigue girando y nosotros, al
igual que Boecio, continuamos desempeñando el papel de espectadores que
contemplan perplejos una función que no pueden cambiar.
Si bien el
hombre debe buscar la verdad y el bien, el concepto de auto-reflexión posee,
ciertamente, mucha relevancia. La Fortuna, según el propio Boecio, vive en un
perpetuo carnaval, siempre oculta, siempre bajo formas incognoscibles, siempre
tras una máscara. Boecio afirma “conocer bien los múltiples disfraces de la
fortuna, hasta el punto de prodigar fingidamente sus blandas caricias a los
mismos a quienes intenta engañar, para luego abandonarlos repentinamente,
sumidos en una insoportable desolación”². Parece obvio que la Fortuna de la que nos
habla Boecio es efímera, incontrolable, su duración no es segura y su pérdida
conlleva dolor. Quizá sea la misma Fortuna que comenta Virgilio en voz de Dido
en su Eneida, pues el símil de Boecio con la atormentada Dido es claro: estamos
ante los prolegómenos del suicidio filosófico. “He vivido, he llenado la
carrera que me señalara la Fortuna y ahora, mi sombra descenderá con gloria al
seno de la tierra. […] Muramos: así, así quiero yo descender al abismo.” ³- así
se despide Dido poco antes de quitarse la vida; así Boecio recibió en su seno
el gélido abrazo de la Filosofía cuando su vida estaba a punto de extinguirse.
Quizá sea hora de ser conscientes de la riqueza que contienen las enseñanzas de los autores medievales, que lejos de representar meramente la “cristianización” de la Filosofía Antigua, suponen un punto de inflexión en el análisis de problemas tales como la naturaleza del mundo, el bienestar y la acción humana, la posibilidad del conocimiento o el sentido de la existencia que, aunque ya planteados por los filósofos griegos, se desarrollaron en gran medida en la Edad Media, forjándose poco a poco la herencia que recogerían los autores modernos y que llegaría, de una u otra forma, a nuestros días.
Quizá sea hora de ser conscientes de la riqueza que contienen las enseñanzas de los autores medievales, que lejos de representar meramente la “cristianización” de la Filosofía Antigua, suponen un punto de inflexión en el análisis de problemas tales como la naturaleza del mundo, el bienestar y la acción humana, la posibilidad del conocimiento o el sentido de la existencia que, aunque ya planteados por los filósofos griegos, se desarrollaron en gran medida en la Edad Media, forjándose poco a poco la herencia que recogerían los autores modernos y que llegaría, de una u otra forma, a nuestros días.
Emilio Abello Verano.
Panteón de los Reyes. Colegiata de San Isidoro. (León). Cumbre del Románico español.
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