miércoles, 26 de abril de 2017

Monarquía (Libro I) - ¿Es necesaria la Monarquía para el bien del mundo?


Dante Alighieri es un poeta universalmente conocido por ser el autor de la Divina Comedia. Es también uno de los referentes del amor cortés por su relación con Beatriz, que es precisamente su guía espiritual en el Paraíso y quien lleva a Dante ante Dios en la tercera parte de la Divina Comedia. Cabe destacar la labor del florentino junto a la de Giovanni Boccaccio, Francesco Petrarca, Nicolás Maquiavelo y Franceso Guicciardini en el enriquecimiento del dialecto toscano y su uso como lengua literaria que a posteriori contribuyó enormemente en el desarrollo del actual italiano.

Dante Alighieri

Dante nace en Florencia alrededor del año 1265, una época políticamente convulsa por la guerra entre güelfos y gibelinos y por los conflictos en los que se inmiscuía el Papa en exhibición de su ambición abarcadora de territorios en nombre de los Estados Pontificios. Es reseñable en este momento ilustrar que Monarquía fue un libro prohibido por la Iglesia por sus ideas, como la separación de poderes entre Iglesia y Estado. A causa de la ocupación militar en Florencia siguiendo órdenes papales Dante hubo de exiliarse y viajó por distintas ciudades, para finalmente fallecer en Rávena a causa de la malaria a los 56 años. Sus restos fueron sepultados precisamente en Rávena y allí permanecen en la actualidad, a pesar de los intentos de las autoridades florentinas de recuperar a uno de sus más ilustres ciudadanos para que continúe su reposo en su ciudad natal. Por esta razón, la tumba destinada a Dante en la basílica de Santa Cruz sigue vacía bajo una inscripción que reza “Honrad al más alto poeta”.

Basílica de Santa Cruz, Florencia
Introduciré ahora la obra que me atañe, Monarquía (del latín De Monarchia) que fue escrita alrededor de 1313 mientras Florencia era sitiada por Enrique VII de Luxemburgo. Dentro de la cronología dantesca Monarquía se sitúa después del tratado De vulgari eloquentia, obra que Dante utilizó para analizar la lengua vernácula junto con su origen y correspondiente filosofía; y antes del Paraíso, la cúspide y tercera parte de la obra total dantesca, la Divina Comedia. En el momento de escribir Monarquía será muy notorio que Dante ansiaba una paz universal. A fin de enriquecer su abanico de argumentos, Dante cita asiduamente distintos tratados del Filósofo, como Ética a Nicómaco o De anima, por lo que puntualizaré en que momentos Dante habla en boca de Aristóteles.


La Monarquía se compone de tres libros, cada uno con un tono diferente, y un total de cuarentaiún capítulos. La edición que se ha manejado para la redacción de esta recensión es Alighieri, Dante (1313): De monarchia (trad. Laureano Robles Carcedo, Luis Frayle Delgado), Tecnos, Madrid (1992). A modo de introducción Dante hace ver en el primer capítulo del Libro I como la Monarquía es algo vagamente conocido a pesar de que su conocimiento es sumamente útil, por lo que su objetivo en el tratado será dar a conocer qué sea aquello llamado Monarquía, tanto para el provecho que hallará en el conocimiento el género humano como para su gloria personal. Finalizando la introducción, Dante muestra como se hará cargo de la cuestión contestando a tres preguntas: ¿es necesaria la Monarquía para el bien del mundo? ¿se atribuyó el pueblo romano legítimamente a sí mismo el gobierno monárquico? ¿depende la autoridad del Monarca directamente de Dios o hay un intermediario?

Libro I
        El primer libro se compone de dieciséis capítulos y Dante lo dedica a contestar la primera pregunta, ¿es necesaria la Monarquía para el bien del mundo? Para contestar esta primera gran cuestión Dante muestra primero su ascendencia intelectual aristotélica y comienza definiendo cual es su modelo ideal de Monarquía o Imperio (también es llamada así). A efectos de ser fiel a la filosofía dantesca cito textualmente su definición: “es aquel principado único que está sobre todos los demás en el tiempo o en las cosas medidas por el tiempo” (Libro I, II). A lo largo de los quince capítulos Dante aportará diez argumentos, a su juicio irrefutables, para defender la necesidad imperiosa de la Monarquía temporal.


         Al final del Capítulo II Dante hace una distinción entre realidades con las que tenemos que contentarnos con especular ya que no podemos actuar sobre ellas, como las matemáticas, y realidades sometidas a nuestra investigación y actuación, en cuyo orden goza de un lugar destacado el arte de la política. De estas segundas realidades que están bajo nuestro dominio hace ver Dante que es el fin el que determina la acción, ya que si al cortar madera lo haremos diferente según sea para un barco o para una casa, tanto lo mismo ocurrirá en el caso de la política. Dante sigue esta argumentación para concluir que definir el fin la sociedad civil universal permitirá defender toda acción que se haga en aras a la consecución de susodicho fin. Cabe apuntar que Dante consideraba de necios la tesis multiculturalista que concibe más de una sociedad civil universal. En el Capítulo III Dante hace ver que existe un finalismo en la naturaleza humana al enunciar que “ni Dios ni la naturaleza hacen nada superfluo”, y como lo más supremo del género humano es la facultad intelectiva el género humano en su conjunto debe convertir la potencia intelectual en acto para alcanzar el fin último, que es la paz universal. La tesis de la paz universal como fin de la humanidad aparece en el Capítulo IV, y cobra sentido con rezos como “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.

“Por eso también el saludo del Salvador de hombres era: “La Paz sea con vosotros” (MonarquíaI, IV)

Conociendo ya nuestro fin, Dante aportará a partir del Capítulo V argumentos para alcanzar nuestra perfección. El primer argumento, mostrado en el Capítulo V, es tomado de la Política de Aristóteles. Dante recurre una vez más al estagirita para evidenciar que cuando un conjunto de cosas se dirige hacia un fin común lo más conveniente es que una gobierne y el resto sea gobernada. En este momento uno se preguntaría, ¿y de esto que dice Dante qué se sigue? El florentino esgrimiría como respuesta que en el hombre es el intelecto la facultad que dirige, al igual que el paterfamilias es quien manda en una casa, el alcalde el que lo hace en una aldea y, evidentemente, el Monarca rige en el mundo.


“Todo reino dividido contra sí mismo será devastado” (Lc. 11,17; Mt. 12,25)

         En el Capítulo VI Dante incide en la relación de la parte con el todo, extendiendo el silogismo al orden de las partes. De esta manera, un poblado es tal en tanto que es parte de algo superior, en su caso el mundo e idealmente la Monarquía temporal universal. Se sigue de esto que el orden del poblado, que es un orden local (entendiendo por esto el gobierno del poblado), queda supeditado a un orden de mayor rango, que sería el del Monarca. La proyección de este argumento es que al igual que todos los poblados constituyen principados, y estos a su vez reinos, y así hasta llegar a la Monarquía; el orden local ascenderá hasta que todos los gobernantes estén subordinados al orden de un único Monarca. En el Capítulo VII nuestro autor continúa exprimiendo la argumentación derivada de la relación entre el todo y las partes al decir que la el todo de la humanidad es a su vez una parte de otra totalidad, el universo, cuyo Monarca es único: Dios. De esto se deduce que el gobierno de uno, la Monarquía, es necesario para el correcto orden del mundo.


  
         En el Capítulo VIII Dante recurre nuevamente a las Sagradas Escrituras invocando el “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gén. 1,26) y hace girar el argumento del capítulo alrededor de la idea que el buen comportamiento es aquel conformado acorde a la intención de Dios. Como solo el género humano entre todos los seres está hecho a imagen de Dios Dante se refiere más a la semejanza, en virtud de la cual enuncia que las cosas serán más buenas cuanto mayor sea la semejanza a Dios, y cuando más se asemeja la humanidad a Dios es cuando es una, ya que la verdadera unidad solo se encuentra en Él. Por lo expuesto Dante exhorta a buscar la unidad de los hombres, logro únicamente alcanzable mediante el sometimiento total a un solo príncipe, que es lo más conforme a la voluntad del Absoluto y por lo tanto un avance hacia el buen comportamiento expuesto unas líneas más arriba. Como en cada capítulo, Dante concluye que es imperativa la existencia de la Monarquía para que se de el bien del mundo, aunque lo más llamativo en particular de este final es la cita que hace el florentino del autor ya referido por ambos colaboradores de este blog:

“Oh feliz género humano,
si rigiera vuestras almas
el mismo amor que el cielo rige”
(Boecio, De Cons Phil. II, 8)

         El Capítulo X introduce una connotación jurídica al plantear un supuesto de litigio entre dos príncipes. En tal caso sería necesario acudir a un tercero que resolviera el problema en cuestión, pero esto sería imposible si el tercero fuera de igual autoridad a los primeros, por lo que se verían en la necesidad de invocar un cuarto, y de darse nuevamente la igualdad de autoridad haría falta un quinto, luego un sexto, después un séptimo… Se ve claramente como Dante está utilizando el argumento del tercer hombre de Parménides (Parménides, 132a) cambiando lo grande y la grandeza por la autoridad de los príncipes para demostrar como es inevitablemente necesaria la existencia de un Monarca cuyo juicio dirima todo litigio, y para reforzar este argumento vuelve a citar a Aristóteles: “Los seres no pueden estar mal organizados; ahora bien, la pluralidad de principados es mala; luego debe existir un único príncipe” (Met. XII, 10, 1076a 4).

         Dante prosigue el Capítulo XI, uno de los más cargados ideológicamente, enunciando que cuanto más poderosa sea la justicia en el mundo mejor ordenado estará este, y como la más poderosa de todas se da bajo el liderazgo del Monarca necesitamos su autoridad para el buen orden del mundo. Dante, antes de continuar, define la justicia como la regla que rechaza lo incorrecto venga de donde venga. Lo que más se opone a esta virtud son los apetitos por lo que han de eliminarse, pero justamente el Monarca no tiene nada que desear, hecho que faculta al Monarca como el mejor cualificado entre los mortales. Dante insiste y hace ver que al apetito se oponen la caridad y el amor recto, virtudes que perfeccionan la justicia y se dirigen hacia el bien. De hecho, Dante muestra cómo por el amor recto el Monarca actúa en aras de que los hombres vivan bien, ergo no tiene enemigos y puede llevar una mejor organización del mundo. Tras hablar de la justicia Dante trata en el Capítulo XII la libertad, a la que etiqueta del “mayor don hecho por Dios a la naturaleza humana”. En este momento Dante se sitúa en una tesitura polémica al afirmar que el género humano es libre, pero “sobre todo si vive bajo la autoridad del Monarca”. Esto último se debe a que el Monarca quiere que todos los hombres sean buenos, situación no factible con gobernantes inmorales. Dante concluye el capítulo mostrando como el Monarca ha de ser visto como un servidor de todos para así comprender que es necesario por su fin preestablecido en la creación de leyes.

“Un hombre bueno en un régimen político malo es un mal ciudadano, pero en un régimen político recto se identifican el hombre bueno y el buen ciudadano” (Pol. III, 4, 1276b 30.)
  
         El Capítulo XIII se refiere a las acciones, ya que en cada una de ellas el agente procura reproducir su modo de obrar encontrando deleite en ello, y de tal manera al impregnar al resto de su modo de obrar hará tal cosa con el deleite. De esto se sigue que aquel que aspire a conducir óptimamente a los demás debe ser quien se conduzca a sí mismo de la mejor manera posible, y esta persona no es otra que el Monarca, aquel con mayor firmeza de juicio y justicia. Al inicio del Capítulo XIV reza una cita aristotélica, “Lo que puede ser hecho por uno solo mejor es que lo haga uno que no muchos” (De part. anim. III, 4, 665b 14). A este principio Dante añade que todo lo superfluo es, para Dios y la naturaleza, malo. Es por ello que debe la ley que lleve a la justicia debe ser única y partir del Monarca hacia los príncipes particulares con objeto de evitar conflictos, y este argumento es esgrimido para hacer ver la perfección del gobierno de uno solo, del Monarca. Dante continúa hablando de la pluralidad y la unidad en el Capítulo XV en el que, apoyándose en el Del ser simpliciter aristotélico y en la doctrina pitagórica, muestra la relación entre la unidad con la bondad y la pluralidad con el mal. En su hilo argumentativo Dante define la concordia como el movimiento uniforme de muchas voluntades, ergo un grupo de hombres será concorde al moverse simultáneamente siguiendo su voluntad hacia un fin común. La tarea del Monarca en este contexto para Dante sería el de guía de las voluntades, ya que las voluntades de los mortales necesitan dirección como ya hizo ver Aristóteles e. Eth. Nich. 9, 1179b 31 ss.

         El Capítulo XVI y último no aporta más razones para la necesidad de la Monarquía. Una de las ideas que Dante quiere transmitir en él es que la Monarquía perfecta se dio con Augusto, con quien el género humano vivía feliz en la tranquilidad de una paz universal. Por tanto, Dante nos permite entrever la factibilidad de su proyecto monárquico, pero no quita que la probabilidad de materializarse tal factibilidad sea cercana a la nula plausibilidad hoy en día. Como broche a este Libro I cito un verso muy apropiado de la obra universal de Dante Alighieri.

“!Oh género humano, por cuantas tormentas y desastres y por cuántos naufragios te ves zarandeado, por haberte convertido en bestia de muchas cabezas siendo arrastrado en direcciones contrarias!” (Purg. VI, 149 ss.)